"La Justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo"

sábado, 5 de junio de 2010

Dido y Eneas

Tras andar errante Eneas por el mar durante siete años, parecía cercana la llegada a Italia, cuando una tempestad suscitada por el dios Eolo incitado por la irascible Juno, lo rechazó hacia la costa de Cartago, en África.
Lo primero que hizo Eneas fue reconocer el lugar desconocido al que había llegado con sus compañeros; no dudó en subir a unos montes en búsqueda de comida con que saciar su hambre. Encontró unos grandes ciervos, los cocinaron y, con ellos calmaron las necesidades de sus estómagos.Mientras tanto, la diosa Venus se quejaba ante Júpiter de las desventuras de su hijo humano; sus quejas tuvieron éxito, pues el rey de los dioses envió a Dido a su mensajero Mercurio para que le acogiera como huésped ilustre y no como enemigo. Tras esta promesa, Venus se le apareció y le hizo entrar en la ciudad junto con sus compañeros bajo una espesa niebla que les ocultaba.
Dido estaba entonces inaugurando un templo dedicado a la diosa Juno; al ver a sus compañeros - Eneas estaba todavía bajo la niebla-, les preguntó por Eneas; rápidamente se disiparon las nubes y se presentó. Dido les invitó a su palacio, no sin que antes Acates, fiel compañero, fuese a buscar al hijo de Eneas, Ascanio, a la playa a la que habían sido arrojados por las olas.La diosa Venus puso en marcha otro plan para que Eneas pudiera llegar a Italia y simultáneamente descansar durante un tiempo: Ordenó a su hijo Cupido, dios del amor, que lanzase sus flechas de amor sobre Dido; de esta manera, quedaría prendada por Eneas y él, sin embargo, no sentiría mucho en su corazón el día de la partida. Durante la cena el corazón de Dido se iba inflamando cada vez más de amor por el héroe troyano.
A la mañana siguiente, Dido se dedicó a pasear por las murallas de la ciudad; su corazón no pudo descansar hasta que le contó a su hermana Anna sus sentimientos; esta le animó a hacer caso a su corazón.

En el cielo, las diosas siguieron conspirando para que Cartago y Troya no se separasen, con propósitos distintos, Juno que el matrimonio llegara a buen término, Venus que su hijo descansara y así pudiera fundar la ciudad a la que estaba destinado. Deciden su boda en una cueva, a escondidas de todos, en el curso de una cacería.
Cuando la cacería estaba casi acabada, Juno desata una gran tempestad y cubre en una nube a los amantes; estos a su vez deciden refugiarse en una cueva; Dido quería enterarse de todos los sufrimientos de Troya y de sus habitantes; las respuestas de Eneas le hacían enamorarse cada vez más profundamente. A pesar del temor a que el amado pudiera partir, Dido se entrega a Eneas.
A su regreso a la ciudad, todos los habitantes estaban al tanto de los sucedido; la alegría en la ciudad era grande, incluso a la reina se le escapó que había celebrado la boda con Eneas. Pero la felicidad no duró mucho para los amantes.
La noticia no tardó a llegar a las regiones vecinas. Iarbos, antiguo pretendiente de Dido y siempre despreciado por ella, presentó sus quejas a Júpiter, de quien era descendiente. A su vez Venus le recordó que el destino de Eneas siempre había sido la fundación de la nueva Troya en Italia. Estos dos hechos hicieron que de nuevo enviase a Mercurio a la tierra; pero en esta ocasión sus órdenes irían dirigidas a Eneas: "has de olvidarte de Dido y salir con tus compañeros e hijo a Italia". Esta misiva le entristeció, pero el sentido del deber, así como las palabras de sus compañeros, le convencieron.
Repararon las naves, pintaron sus cascos y las aprovisionaron de víveres. Estos trabajos no pasaron desapercibidos a Dido, quien le reprochó "¿Qué será de mí?; ¿He de quedarme en esta tierra sola y desamparada?". Eneas intentó convencerla de que no la dejaba por falta de amor, sino que lo hacía porque los dioses así lo querían; pero todo fue en vano. Incluso le amenaza con su suicidio en una hoguera junto al palacio real. El piadoso Eneas ordena, por incitación de Mercurio, que sus compañeros armen sus naves y se alejen de las orillas de Cartago. Así lo hacen al amanecer. Dido ve la partida desde las altas murallas de la ciudad con inmenso dolor.
La historia de este amor acaba con el suicidio de la reina. Ante la ausencia de Eneas, preparó una pira con gruesas maderas y se colocó encima de ella. De nada sirvieron las súplicas de su hermana y ciudadanos cartagineses.


Tomó una tea, la quemó y se suicidó. Toda la ciudad la lloró, los sacerdotes ofrecieron sacrificios por su alma, mientras a lo lejos Eneas, entristecido, desde su nave contemplaba el fuego físico que la hacía desaparecer.

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